viernes, 23 de mayo de 2008

Precisión y ambiguedad

Después de pasar mucho tiempo delante de un teclado, desde mi vieja “Lettera 32” hasta mi último Mac, he llegado a la conclusión de que nunca pasaré del estadio de “arrejuntaletras”. Y es que esto de escribir tiene mucha miga.

Es difícil expresar una idea con las palabras justas y adecuadas, sin que quede la más mínima posibilidad de que se malinterprete lo escrito. Con un ejemplo me comprenderán.

Alguien con buena intención y ánimo de servicio cuelga en un establecimiento docente el siguiente cartel:

“HAY UNA BOLSA DE ROPA PERDIDA
EN LA SECRETARÍA DE LA ESCUELA”

Parece evidente que la intención del redactor es comunicar a todos que, en la secretaría de la escuela, hay una bolsa donde se recoge la ropa perdida, ofreciendo la posibilidad de recuperarla. Pero de evidente, nada.

La directora del centro ha pegado una bronca de padre y muy señor mío al personal por el desorden que reina en la secretaría de su escuela, y le parece una mofa inaceptable que, encima, se vanaglorien de que, en medio del caos, alguien pueda perder su ropa en esta dependencia.

Quien primero se hace eco del letrero es alguien que pregunta si la bolsa fabricada de ropa que guarda la secretaría de la escuela es la que él ha perdido en el patio.

Coincide con una madre que insiste en que debe ser suya la bolsa, también fabricada con ropa, que está segura que perdió en su última visita a la secretaría de la escuela.

Luego un alumno se interesa por una bolsa que ha perdido cuando vino a la secretaría para matricularse, por si es la que se utiliza para guardar ropa en la escuela.

Una profesora describe con detalle la bolsa que desapareció en su clase e insiste en ver si es la que se anuncia en el letrero.

Se entabla una discusión con una madre que reclama la bolsa con ropa que perdió su hijo en el gimnasio y que guardan en secretaría. Esta segura de que es la suya pues los anteriores no llevaban ropa sino libros u otros objetos.

Se enzarza con otra madre que cuenta la misma experiencia, pero que asegura que su hijo perdió la bolsa con ropa en la secretaría de la escuela.

Cuando los ánimos parecen calmarse, llega un inspector de educación que reprende a la directora por haber perdido en la secretaría la bolsa de ropa de la escuela.

La profesora de manualidades llega llorando, avergonzada por no habérsele ocurrido a ella la brillante idea de reciclar la ropa perdida confeccionando una bolsa que se está exhibiendo en la secretaría de la escuela.

Un padre llama por teléfono para protestar por el hecho de que la escuela organice en la secretaria una subasta de la ropa perdida.

Otro padre se presenta en la secretaría para preguntar si la ropa que se subasta es solo la que se perdió en la secretaria, pues el está interesado en pujar por algún chándal perdido en el gimnasio o el patio de la escuela.

El inspector general llama a la directora para cesarla y prohibirle, tajantemente, que venda en pública subasta la ropa de la escuela con la aviesa intención de ocultar que la ha perdido.

A veces me planteo, muy seriamente, dejar de escribir…